Las Cartas de La Ecocosmopolita

Share this post

De Caracas, aceites que cambian vidas, viajes y cambio climático

yveramirez.substack.com

De Caracas, aceites que cambian vidas, viajes y cambio climático

Seguimos descubriendo historias asombrosas

Feb 1
2
2
Share this post

De Caracas, aceites que cambian vidas, viajes y cambio climático

yveramirez.substack.com
Article voiceover
1×
0:00
-21:25
Audio playback is not supported on your browser. Please upgrade.

Hola Terrícola,

Hoy te escribo desde Caracas. Si leíste la carta de la semana pasada, en la que te presentaba el episodio 1 del podcast Flores en el Asfalto, sabes que tuve que viajar por una emergencia familiar.

Por suerte, mi mamá está mejor y el susto valió para solucionar todas las cosas que me habían impedido viajar a Venezuela en los últimos 13 años. Es una larga historia que ahora no voy a contar.

Así que empiezo a escribir esta carta el domingo, desde Caracas, sin conexión a Internet. Así hemos pasado el día. El agua, por su parte, llega uno o dos días a la semana y hay que administrarla con muchísimo mimo para que dure el tanque que afortunadamente hay en esta casa.

Mi única salida, aparte de una caminata por los alrededores de la casa, fue el viernes pasado, para hacer una compra con mi primo A*. Fuimos en coche, y vimos al menos dos docenas de militares por el camino. Me explica A* que paran a los coches para ver si pueden sacarle algo de dinero a sus pasajeros, asustandonos con cualquier cosa.

A nosotros también nos detuvieron: vieron una chaqueta que mi primo siempre deja estratégicamente en el asiento trasero, porque tiene una insignia oficial. Preguntaron de qué era la chaqueta (nos costó mucho entender la rebuscada forma de plantear la pregunta). Le explicamos que es de un centro cultural del Estado (igual debo decir de la República Bolivariana) en el que A* trabajó por muchísimos años. Decidieron dejarnos ir con un buenos días. Prefirieron no darnos problemas.

Así son las cosas aquí. Esa chaqueta, dejada con aparente descuido en un asiento, es el escudo de mi primo contra estos tíos. Gracias a esa chaqueta, todo acabó en una anécdota graciosa -a pesar de que yo estaba muy nerviosa- pero no sabría ni cómo empezar a explicarte esta anécdota, porque son historias como de otra dimensión.

En el supermercado la comida está a precios de Barcelona, o incluso más, en muchos casos.

Antes de pagar, me preguntaron si tenía carnet del establecimiento. Les dije que no y me pidieron mi número de cédula, que equivale al DNI español. Yo no entendía nada.

Pagué desconcertada en dólares -pues ahora se aceptan dólares y bolívares en todas partes. Me dieron el cambio en dólares, más bolívares, más un chocolate. Sí. De verdad.

En este punto tengo que aclarar algo: en Caracas es muy normal coger el coche para ir tres “urbanizaciones” más allá para hacer la compra. Ahora es frecuente que se comuniquen los vecinos para hacerse la compra unos a otros, para ahorrar gasolina y para ayudarse mutuamente, aunque estos días me parece que hay menos problemas de abastecimiento de combustible. Lo cierto es que a pesar de la crisis, y de que en esta casa la situación es complicada (como en la de la mayor parte de los venezolanos, aunque otros estén forrados) aún se sigue yendo a hacer la compra bastante lejos con frecuencia. Creo que es porque la gasolina es lo único que sigue siendo económico y hay que ir ahí donde la comida sea más accesible. En el caso de mi primo, además, él tiene una discapacidad importante y prefiere ir a este supermercado en el que puede aparcar justo al lado de la puerta.

Lo cierto es que veníamos muertos de la risa por las escenas de la “aventura” de mi única salida en Caracas. Estábamos en una autopista que se llama la Cota mil, porque está a mil metros sobre el nivel del mar. A nuestra izquierda, una gran vista de Caracas, en la que se ve casi tanto verde como cemento. A nuestra derecha, el Ávila, la montaña que custodia la ciudad.

De pronto A*, que tiene una vida todo menos fácil, me dice, contemplando todo lo que nos rodea: “Coño, pero dime que esto no es bonito”. (Igual con tres palabrotas más, porque no es un personaje muy correcto al hablar, pero ese era el mensaje).

Y sí. Caracas es caótica, está descuidada (menos que hace unos años, me dicen), no tiene la más mínima planificación urbana desde hace décadas, no está hecha para caminar, las aceras están rotas, las calles tienen huecos, es cara, no ha una sanidad pública que valga, hay diferencias económicas abismales, pero es una ciudad hermosa.

La montaña es increíble. La casa de mi familia está prácticamente al pie del Ávila y no me canso de subir al techo para verla y para contemplar las mismas vistas que recuerdo de hace 21 años cuando me fui.

En esta ciudad mal cuidada, la naturaleza avanza, pasito a pasito, pero a su bola, por todas partes. Recordándonos que si no corregimos el rumbo y dejamos de atacarla, seremos los seres humanos quienes quedaremos fuera de juego y ella, la naturaleza, la fuerza de la vida, volverá a ocuparlo todo.

Cuando veníamos del aeropuerto, venía enamorada al ver esos árboles inmensos, sin podar desde hace quién sabe cuánto tiempo, con las raíces que salen por donde mejor quieren, de los que te había hablado hacía solo un par de semanas en otra carta.

Mi amigo Marco, que me fue a buscar al aeropuerto, y venía escuchandome, me decía: “No, Yve. No romantices. Esto no está bien, hasta es peligroso, puede caerle una rama encima a alguien, puede pasar cualquier cosa”. Y tiene razón. Pero, lo siento, me parece hermoso.

En Caracas hay flores en el asfalto y en el concreto en cada metro cuadrado. En cuanto pueda compartiré en mi perfil de Instagram las que están en los alrededores de la casa de mi familia.He fotografiado muchas pero tengo que organizarlas, y por cierto también tengo que compartir las maravillas que me estáis enviando.

Estoy tan agradecida de estar aquí. La luz de Caracas es increíble, el clima ahora es perfecto y, lo más importante, puedo ser yo, esta vez, quien acompaña a mi mamá cuando lo necesita en esta gran casa en la que crecí.

Tengo que contar que este viaje es mucho más fácil y llevadero gracias al apoyo de mucha gente querida, especialmente la familia y unas cuantas de mis amigas del colegio, más la red de amigas y amigos que nos están apoyando aquí en Caracas con la logística. La verdad es que me siento afortunada en medio de todo.

Alberto Uruguay, venezolano y muy joven, estaba trabajando en la banca, en Washington desde hacía dos años. Su vida podría parecer un modelo de éxito pero él sentía que tenía que aportar algo a Venezuela.

Así estaba cuando se enteró de que en la Orinoquia colombiana (la cuenca del río Orinoco, que también atraviesa a Venezuela) crece en abundancia un árbol que da un fruto llamado cacay, cuyo aceite tiene una altísima concentración de retinol, vitamina E y omega 3.  Oro para la cosmética por sus propiedades reparadoras y antienvejecimiento, entre otras.  

Con todas las semejanzas que hay en gran parte de los ecosistemas de Colombia y Venezuela, que tienen una frontera básicamente política, Alberto pensó que lo natural es que este fruto también se diera en Venezuela. Efectivamente, así era pero su gran valor comercial era totalmente ignorado en el país. Hacía falta alguien que hiciera una conexión entre las comunidades de la zona en la que se encuentra el cacay y el público del aceite de su fruto.

Gracias a su perseverancia, nació Cacay Pure, junto a un proyecto de reforestación llamado MyCacayTree, gracias al cual han plantado más de 3000 árboles en áreas en las que el cacay crece sin ningún esfuerzo.

Una forma increíble de restaurar una zona que ha sufrido una importante deforestación relacionada estrechamente con la pobreza. Por lo que he podido leer, las familias talaban sobre todo por necesidad de leña como fuente de energía barata.

Juntos, Alberto y los pequeños agricultores locales, aprendieron cuál era el momento perfecto para cosechar la nuez, cómo secarla y cómo extraer su aceite. Así, en una zona empobrecida, el proyecto de Alberto ya ayuda a más de 100 familias, que han logrado mejorar su calidad de vida produciendo un aceite de altísima calidad, de origen más que orgánico, con una producción sostenible, de extracción en frío, libre de aditivos y producido en condiciones de comercio justo.

De momento, sus productos sólo están disponibles en Venezuela (tienen un showroom en el Centro de Arte los Galpones y también está en Farmatodo, Locatel y otras tiendas aliadas), en Estados Unidos (en su web cacaypureoil.com, en el monstruo de la A que no quiero mencionar y en otras pequeñas tiendas), y en República Dominicana.

Si quieres escuchar la historia de Cacay contada por Valentina Quintero, la creadora de la más grande y bonita Bitácora de Venezuela, escucha el primer episodio de Flores en el Asfalto en tu plataforma preferida.

Por seguir en la onda de los podcast de viaje, voy a recomendarte el podcast de una viajera que me encanta y que también tiene el tema de la sostenibilidad como algo transversal.

Es el podcast de la Maleta de Carla.

A Carla Llamas la conocí en el 2019. Ella estaba de público en una mesa redonda en la que participé junto a otras colegas de la sostenibilidad y desde entonces hemos estado en “contacto virtual” y sigo de cerca sus aventuras. Por aquel entonces tenía su blog y sus redes sociales. Hoy, además, ya lleva 4 temporadas y 102 episodios de su podcast, que publica fielmente una vez a la semana. Es una máquina.

En sus programas toca temas súper diversos. En las primeras temporadas algunos están muy centrados en la sostenibilidad, pero ahora veo que están mucho más enfocados en viajes aunque, como te digo, siempre desde una mirada respetuosa con el planeta.

Te voy a recomendar un episodio que tiene ya rato: es el episodio #52, en el que habla con Andreu Escrivà, ambientólogo, consultor en sostenibilidad y experto en cambio climático.

En él Andreu nos ayuda a entender el cambio climático, y además se adentra en cómo este afecta nuestra forma de viajar hoy y cómo la afectará en el futuro.

Te la recomiendo mucho. Puedes escucharlo aquí.

Por cierto, Carla, su pareja Adrián y su peque Lucía acaban de hacer las maletas para irse en un largo viaje. Él ha cogido una excedencia, han dejado el piso familiar y han partido hacia Maldivas, para comenzar. Creo que tal vez están llegando hoy mismo.

Han salido sin una ruta clara, pero durante los próximos meses estarán haciendo “el segundo viaje de su vida” al lado de su peque, disfrutando de verla crecer y de estar juntos. Vale la pena seguirles la pista. No puedo negar que lo haré con un punto de envidia sana y cariñosa. :) ¡Buen viaje, tropa!

Y de este avión que parte hacia las Maldivas volvemos a Venezuela.

Ya te he hablado de los tepuyes, esas enormes mesetas del precámbrico que emergen en medio de la selva,  que parecen de cuento y que solo se encuentran en una parte de la selva amazónica que “comparten” Venezuela, Brasil y Guyana.

Cuando conversé con Valentina Quintero en el primer episodio de Flores en el asfalto, me dijo que cuando ella necesita un momento de reflexión, procura viajar al sur de Venezuela. Que en esos momentos ella necesita los tepuyes, el agua, los ríos, “porque la lentitud de los ríos, de navegar, de pasarse horas en un río me da muchísimo espacio para la reflexión”.

Así que, aún impregnada de la magia de las imágenes que nos trajo Valentina en esa conversación, como última recomendación de esta carta, te voy a invitar a visitar el Weiassipu Tepuy desde la pantalla. Un tepuy que, hasta donde se sabe, solo ha sido pisado por los protagonistas del documental The last Tepuy.

El film de National Geographic hace seguimiento de una expedición que tiene un objetivo precioso: el biólogo, investigador y ecologista Bruce Means, con 81 años cumplidos, quiere hacer su última gran expedición. Tras 33 viajes a la zona, él quiere conquistar la cima de este tepuy -inexplorado como muchos otros- para recoger muestras de especies desconocidas de las paredes escarpadas y las profundísimas grietas de este paraíso. Y es que los tepuyes tienen una biodiversidad única, que algunos equiparan a las de las islas Galápagos.

Para lograr esta misión, cuentan, entre otros miembros de un completo equipo de escaladores y científicos, con Alex Honnold, que es uno de los escaladores más conocidos en el mundo (entre otras cosas por el documental Free Solo, que ganó un Oscar en el 2018), con el alpinista Mark Synnott y con el biólogo y escalador Federico Pisani, venezolano y hermano de uno de mis más queridos amigos. Así que me hace doble ilusión esta recomendación.

El documental es, en primer lugar, una ventana al alma de este investigador, que se enfrenta a las limitaciones de su edad para alcanzar un sueño. Luego, es un material increíble para adentrarte virtualmente en el poder de esta selva y de sus tepuyes -que yo sigo soñando con conocer algún día. Y finalmente, es una historia repleta de todo tipo de emociones, incluyendo mucho vértigo.

El final es agridulce como la vida misma. No te lo quiero destripar pero sí te adelanto algo: Bruce Means logra regresar con una nueva especie y Federico Pisani juega un papel súper importante en este hallazgo.

De momento, me parece que solo puedes verlo en Disney Plus, Si esto no es una opción, ¡disfruta del trailer!


La semana que viene, te traeré el segundo episodio de Flores en el Asfalto, en el que viajaremos virtualmente a Valencia, España aunque yo seguiré por estos lados.

Hablaremos con una mujer encantadora, inspiradora y constructora de sueños, sobre sostenibilidad y educación, sobre cómo acompañar a niñas, niños y jóvenes en estos tiempos tan contradictorios, sobre la necesidad de la regeneración de la naturaleza. sobre mucho más. Me reservo aún el nombre de la protagonista.

Es una conversación deliciosa, así que no te pierdas la próxima carta. No quiero ser pesada, pero si no has escuchado el primer episodio, te recuerdo que en mi web encontrarás enlaces a varias plataformas en las que te está esperando. Te dejo aquí el reproductor de Spotify:

Y tengo que decirte una última cosa antes de acabar: En estos momentos me cuesta trabajar. A duras penas puedo garantizar que estas cartas y el podcast sigan saliendo lo más puntualmente posible. Internet va mal, estoy sola con mi madre la mayor parte del día, no estoy en Barcelona para reuniones con clientes…

Por eso he decidido crear una oferta a las suscripciones de pago para animaros a apoyar también económicamente el proyecto.

Mientras siga en Caracas (en principio hasta el 21 de febrero, pero tiene pinta de que se alargará), puedes apoyarme con un 15% de descuento. El descuento es para siempre y si escoges una suscripción anual, recibirás un ejemplar de mi libro Residuo Cero, Comienza a restar desde casa, en la dirección de España que tú me digas. Desde mi casa de Barcelona te enviarán el paquete con mucho amor.

Además, al regresar a Caracas comenzaré a hacer un encuentro mensual temático, virtual, con todas las personas que tienen suscripciones de pago. Mi idea es que escojamos el tema entre todas. Confieso que me hace muchísima ilusión incorporar esto.

Si no quieres tomar una suscripción de pago, no hay problema. Ya sabes que seguirás recibiendo las cartas gratuitas y seguiremos tan amigas.

¿Te animas a apoyar mi trabajo? En estos momentos las suscripciones de pago pueden ser una ayuda muy valiosa para mí. Si no lo has hecho aún, te invito a suscribirte con un 15% de descuento para siempre.

Nos vemos la semana que viene pero, mientras tanto, mantén los ojos bien abiertos a esas flores que crecen en el asfalto (y envíame fotos).

Un abrazo,

Yve Ramírez
La Ecocosmopolita

2
Share this post

De Caracas, aceites que cambian vidas, viajes y cambio climático

yveramirez.substack.com
Previous
Next
2 Comments
Mauricio
Feb 1

Aquí en Barcelona por fortuna tenemos alguna montaña que bien protegida nos da mejor aire que la ciudad y lugar para conectar con el bosque. Hasta entonces disfruta todo lo que puedas de esas vistas ;-)

Expand full comment
Reply
1 reply by Yvelisse Ramírez
1 more comment…
TopNewCommunity

No posts

Ready for more?

© 2023 Yve Ramírez
Privacy ∙ Terms ∙ Collection notice
Start WritingGet the app
Substack is the home for great writing