Las Cartas de La Ecocosmopolita

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De pulpos, sostenibilidad navideña y ansiedades

yveramirez.substack.com

De pulpos, sostenibilidad navideña y ansiedades

¿Ya pusiste tu arbolito de Navidad?

Yvelisse Ramírez
Dec 7, 2022
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De pulpos, sostenibilidad navideña y ansiedades

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¡Hola, Terrícola!

Seguramente ya te he contado que mis hijas son unas artistas. La mayor ya está haciendo un bachillerato artístico que nos hace morir de envidia a su padre y a mí. (A esa misma edad estaba yo en Caracas, en una escuela de monjas que medían el largo de mi falda y la altura de mis calcetines. ¿es justo?).

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La cosa es que desde muy pequeñas solemos dedicar al menos un día a hacer adornos de Navidad en familia y pocas cosas hemos comprado en estos largos años.

Y en casa solo hay un par de elementos de nuestra decoración navideña que me hacen “sufrir” un poco, y los dos fueron rescatados antes de llegar a la basura de la mano de unos vecinos.

Uno es una guirnalda sintética de pelos verdes, de esos que imitan una rama de pino (aunque una rama de un pino nunca sería así de larga y flexible, es decir, la imita de muy mala manera).

La otra es un mini árbol de Navidad artificial, de unos 60 centímetros de altura, que desahuciaban otros vecinos aprovechando una mudanza (creo recordar que él se deshizo de la criatura a espaldas de ella).

Este intruso enano llegó para suplantar a un precioso árbol de Navidad artesano que había hecho mi gran Mau usando unas tablas de madera que le habían sobrado al transformar una vieja litera en una cama regular.

E decir, un pequeñajo de artificio que va soltando falsas hojitas de plástico (esto me hace recordar que acabo de publicar un artículo sobre microplásticos en el blog de Mara Media), para sustituir a una obra de arte…

Pero a las niñas les hacía en doble de ilusión el arbolito que quiere ser realista y las niñas suelen ganar ciertas peleas por aquí.

Todo esto para contarte una anécdota en primer lugar: este año les pedí replantearse la necesidad de estos dos elementos que, desde mi punto de vista, son un poco *horteras (para el público internacional, hortera por aquí quiere decir vulgar y de mal gusto pero con pretensiones y seguro que es un término despectivo así que pido perdón por usarlo pero si no, no hay anécdota).

Porque la respuesta de mis dos adolescentes llenas de estilo fue: “Mami, nosotras por Navidad somos tan horteras como haga falta”. Porque para estas niñas, la Navidad es el mejor momento del año y se vive a fondo, aunque alguna ya esté pidiendo permiso para volver de discotecas de madrugada.

¿Y por qué cuento todo esto?

Porque me gusta irme por las ramas y porque que este debate filosófico me ha llevado a rescatar y actualizar uno de los primeros artículos de La Ecocosmopolita.

Uno que responde a un gran dilema.

Qué es más sostenible, ¿un arbolito de Navidad natural o. uno artificial?

Puedes leer la respuesta extendida en el blog de La Ecocosmopolita, y te la responderé condensada más adelante en esta carta pero, mientras tanto, me da curiosidad. ¿Tú qué crees que es más sostenible?

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Mientras sigues pensando en lo de los arbolitos, te cuento algo que, la verdad, bonito no es.

Hace unos días me escribieron desde el Instituto Jane Goodall para pedirme colaboración con una campaña presentada por la propia Jane, que está relacionada con un animal maravilloso, aunque creo que injustamente menospreciado. El pulpo.

Si te sorprende leer estas palabras sobre el pulpo, es que te queda mucho por aprender sobre estos seres. En ese caso te recomiendo descubrirlos con el documental My Octopus Teacher, de Netflix.

Y si quieres profundizar más, haré algo que no debería: “recomendarte” un libro que aún no he leído pero del que he escuchado maravillas. Es El alma de los pulpos, de Sy Montgomery (Seix Barral) y prometo que yo también lo leeré pronto.

Pero volvamos a la petición.

Resulta que la empresa española Nueva Pescanova planea abrir la primera granja intensiva comercial de pulpos en 2022 en Gran Canaria, para empezar a vender los primeros pulpos en 2023.

Nos lo quieren vender como un proyecto “sostenible”, que ejercerá menos presión pesquera sobre los pulpos salvajes y que creará muchos puestos de trabajo. Pero en realidad este proyecto ni es ético ni es sostenible ambientalmente. Deja que te cuente.

Desde el punto de vista de la ética:

Imagínate por un momento a este ser: un animal extremadamente inteligente, capaz de usar herramientas y de aprender, de resolver acertijos y problemas fáciles, así como de cooperar con otras especies.

Un ser que pasa gran parte de su tiempo refugiado y oculto -es ahí donde se siente seguro- y que cuando no cuenta con un lugar para esconderse, se muestra agresivo con sus semejantes. Otro detalle: su piel es extremadamente sensible y está comprobado científicamente que siente miedo, felicidad, tristeza…

Ahora piensa en la peor macrogranja de la historia, con condiciones de hacinamiento seguramente inéditas. Y ahí, quién sabe cuántos pulpos sin unas condiciones ni lejanamente parecidas a aquellas a las que están acostumbrados a tener en el océano.

Y es que no sabemos realmente cómo serán estas macrogranjas -porque aún no lo han explicado- pero sí sabemos que las leyes de la Unión Europea que regulan el bienestar del “ganado” no se aplican a los invertebrados. Es decir, los pulpos tienen todos los puntos para ser tratados peor que otras especies, que ya sufren unas condiciones terribles en las macrogranjas.

Esto, a pesar de que la Directiva europea 2010/63/EU sobre la crianza de animales para fines científicos sí los incluye , “ya que existen pruebas científicas de su capacidad de experimentar dolor, sufrimiento, angustia y daño duradero”.

Y aún queda más: y es que las macrogranjas acuáticas son muy poco sostenibles ambientalmente, aunque nos quieran decir lo contrario.

En primer lugar, los pulpos son carnívoros y tienen una ratio de conversión de 3:1. Esto significa que para producir un kilo de pulpo, hay que alimentar al animal con 3 kilos de pescado.

En segundo lugar, este tipo de explotaciones genera contaminación por el uso de compuestos químicos como fertilizantes, alguicidas o desinfectantes.

Finalmente, el hacinamiento de las macrogranjas acuáticas podría favorecer la transmisión de enfermedades entre individuos. Esto implica que hay que usar  antibióticos, y hay un alto riesgo de filtración.

Entonces, dicho todo esto, te invito a firmar la petición por nuestros amigos los pulpos. Y para que acabes este primer punto de la carta con un. buen sabor de boca, paséate por el perfil en Instagram del fotógrafo submarino y amante de pulpos, Sento Giner,@sentounderwater. Maravilla.

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Si a pesar de las maravillosas fotos de Sento esta carta de ha generado ecoansiedad y estrés, tienes dos opciones mucho mejores a tomar ansiolíticos. Mejores porque son más sostenibles, más saludables y con puros efectos secundarios buenos.

La primera es meditar. La segunda, irte al monte.

Y no lo digo yo. Lo dice la ciencia.

La ansiedad es uno de los grandes males de nuestros tiempos y tiene efectos negativos a nivel mental y físico. Es algo demostrado por la ciencia y por nuestro día a día. Y a menudo la vamos llevando sin ningún tratamiento, acostumbrándonos a cargarla a cuestas.

Yo soy una ansiosa fácil, aunque cada vez lo llevo con mayor conciencia y me apoyo más en la meditación y por eso te comparto este estudio reciente que compara los efectos de 8 semanas de mindfulness o atención plena con los de 8 semanas tomando un popular ansiolítico, el escitalopram.

En este ensayo clínico aleatorizado con 276 adultos con trastornos de ansiedad, los resultados obtenidos fueron muy similares.

Yo creo que vale la pena al menos intentar lo de meditar, ¿no crees?

Conocí este estudio gracias a la neurocientífica Nazareth Castellanos. Una mujer que nos ayuda a entender ese mundo apasionante que es nuestro cerebro. Hay un montón de artículos y vídeos de ella por la red así que, si no la conoces, te recomiendo googlearla y pasar por su web.

Y si sientes que lo de meditar no es lo tuyo y te niegas a intentarlo, después de decirte que no seas tan cabeza dura, te invito a darte un paseo. Pero que sea por el monte.

Porque otro estudio reciente nos confirma algo que los instintos más básicos ya sabían: que una caminata de una hora por la naturaleza reduce de manera significativa la actividad de la amígdala del cerebro, que es un pequeño órgano con forma de almendra que se pone a tope cuando nos estresamos.

En este estudio se trabajó con una muestra de 63 personas, a las que se sometió a un test diseñado para causar estrés (aunque los participantes no sabían de qué trataba el estudio). Tras hacer un escáner para comprobar la actividad cerebral, se les envió de paseo. La mitad caminó por la naturaleza, y la otra mitad por una calle bulliciosa.

Tras la caminata, un nuevo escáner demostró que los que habían caminado por la naturaleza estaban mucho más relajados, mientras que el grupo de la ciudad tenía un nivel de estrés parecido al que tenía al acabar el test.

Moraleja: ponte unas botas y sal a buscar verde. Y si puedes, pásate unos días en lugar de una sola hora.

Nosotros nos escapamos hace un par de semanas a Aiguafreda y llegamos renovados. Lo hicimos, una vez más, gracias a homeExchange, la plataforma de intercambio de casas. (abaratar así los viajes también ayuda mucho en este efecto relajante y si usas este enlace, lo tendrás muy fácil).

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Y ahora, volvamos a hablar del verde, pero de ese que habita nuestras casas en estas fechas navideñas.

Ya veremos qué resultados nos deja la encuesta de arriba, pero hace poco hice la misma pregunta en una historia de Instagram y la mayoría respondió que era más sostenible un árbol artificial.

Claro, es que por aquí somos más ecologistas que la media y el instinto nos llama a reutilizar. Y no sé si será por eso o por ahorro, pero los árboles artificiales van ganando terreno a los naturales en las fiestas, es decir, cada vez se venden más árboles artificiales proporcionalmente.

Sin embargo, hay estudios que indican que el resultado es un poco más complejo de lo que parece. Este artículo, basado en dos análisis de ciclo de vida distintos, nos dice que generalmente el árbol natural es más sostenible que el artificial. Porque la producción y uso de árboles de navidad naturales tiene menor impacto que la producción y uso de árboles de Navidad artificiales, en lo que se refiere a huella ecológica global, y a huella de carbono y potencial de calentamiento climático en particular.

Claro que la respuesta correcta es depende.

Veamos. Si yo uso el mismo árbol artificial durante 20 años, estaría hipotéticamente sustituyendo a 20 árboles naturales. Es decir, que la huella ambiental de ese árbol artificial tendría que ser mayor a la huella ambiental de un árbol natural multiplicada por 20.

Además del tiempo de uso, influyen mucho otros aspectos:

Primero, la distancia entre el punto de fabricación o cultivo y el minorista. Cuando yo era pequeño, en Caracas eran muy apreciados los pinos canadienses. ¡Imagínate la huella de transportar esos arbolitos cada año!

Luego, está la distancia entre la tienda y tu casa. Imagínate que recorres 20 km en coche para comprar tu arbolito. Si es natural, tienes que hacer este recorrido año tras año pero si es artificial solo lo harás una vez, al menos teóricamente. Esta huella de traer el arbolito a casa es una huella que podemos pasar por alto y que resulta determinante a la hora de definir cuál de las dos opciones es mejor.

De hecho, en el artículo del hablamos, se plantea que si la distancia recorrida para transportar tus arbolitos naturales es menor de 4 km, el árbol natural saldrá siempre ganando en sostenibilidad.

Otros aspectos que determinan la sostenibilidad son la forma en la que se ha cultivado el árbol natural (que puede ser más o menos sostenible) y el destino que se le da a ese árbol natural cuando acaban las fiestas.

Mi conclusión personal es que la mejor alternativa es el arbolito de madera que despreciaron mis niñas o el arbolito de plástico salvado de morir en la basura que desprecio yo misma, aunque conviva con él.

Recueda: si te interesa profundizar más en este asunto, pásate por mi blog, La Ecocosmopolita.

Y. bueno, esta carta, terrícola de mi corazón, ya está bastante larga así que me voy despidiendo pero antes, tengo que comentarte dos cosas:

Por si no recibiste mi carta de este domingo: te cuento que ya puedes apoyar mi trabajo invitándome “a un par de cafés al mes”. Y es que he añadido la opción de una subscripción de pago que te permitirá ayudar a que este proyecto sea más sostenible también para mí.

Si eres una de las personas que ya se han animado a hacer un aporte mensual o anual a La Ecocosmopolita, tengo que decir que os tengo en mi lista de agradecimientos a la vida. ¡No tengo palabras! Recibe un abrazo apretado volador y virtual o, lo que en Venezuela se llama un apurruño.

Y si quieres animarte ahora, aquí tienes todas las opciones disponibles: las próximas suscripciones anuales de pago se llevarán un ejemplar de mi libro Residuo Cero, comienza a restar desde casa de regalo, que enviaré a cualquier lugar de España. ¡Me quedan 8 ejemplares, porque unas amigas tenían varios libros en exposición en su bar!

Y si no te quieres o no te encaja colaborar económicamente, pues tan amiguis como siempre. Las cartas seguirán llegando puntuales a tu buzón, ahora -de nuevo- también con versión de audio. De momento al menos, todos los contenidos siguen en abierto.

Gracias por leerme. Como este artículo es libre, puedes compartirlo libremente si has disfrutado leyéndolo.

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¡Nos vemos en el espejo!

Yve Ramírez
La Ecocosmopolita

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