Las Cartas de La Ecocosmopolita

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Historias biodiversas

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Yvelisse Ramírez
Feb 28
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Caracas, 27 de febrero de 2023

Hola Terrícola,

Si todo va bien, en una semana exactamente estaré volando de regreso a Barcelona, con mi madre mucho mejor que cuando llegué, habiendo superado la gymkana burocrática bolivariana de tener el pasaporte venezolano con el que me dejarán salir del país y con la maleta repleta de recuerdos y nostalgias renovadas, actualizadas y recolocadas.

Este fin de semana he disfrutado de las dos cosas que más me gustan de esta ciudad que ahora siento tan mía de nuevo: El sábado fui a la playa con mi amiga Carito y su tropa y me di cuenta de que pasé años yendo a playas paradisíacas con la ligereza de quien pasea por la plaza de la esquina.


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Te dejo una foto en la que se ve más o menos el fondo con el que me bañaba cada vez que “bajaba” a la playa. El majestuoso “cerro Ávila”, tapado por las nubes mientras nosotros disfrutábamos de un baño al sol.

Estaba ahí y me preguntaba, ¿cómo no me daba cuenta de lo afortunada que era de tener esto a solo una hora de casa? y, ¿acaso agradezco lo suficiente poder vivir en una ciudad como Barcelona y todo lo que me ofrece estar ahí? Seguro que no. Espero que este viaje me ayude a mejorarlo.

Luego, el domingo, fuimos al Ávila. Con Carito, con Marco, otro de mis amigos del alma de siempre, y los peques de ambos. Omitiendo el susto de perder a la chiquillada por 5 minutos, fue un día perfecto e inolvidable. Y al bajar, nos encontramos con una escena peculiar.

Tres guardaparques que eran pura amabilidad, nos preguntaron que cómo nos había ido y se interesaron por nuestra ruta entre sonrisas, mientras estaban afanadísimas cortando botellas de refrescos.

Yo aproveché para preguntarles qué hacían y me explicaron que estaban haciendo unos rastrillos porque no tenían con qué limpiar el parque. Si haces clic en la foto, verás en reel que hice a partir de este encuentro…

En mi se mezclaron sentimientos encontrados. En primer lugar, ternura por el esfuerzo que ponen para hacer su mejor trabajo estas personas que hasta donde sé, ganan una miseria. Este es el tipo de trabajo que aún se cobra en bolívares y equivale a menos de un kilo de queso , por ponerte un ejemplo. Unos 7$ mensuales. Mi primo Anibal tiene una pensión por una discapacidad que equivale entre otros complementos a unos 14. Para que te hagas una idea de los contrastes que puede haber aquí, un taxista me explicó que gana tal vez 2.000$ mensuales y me dice que no vive holgado. Al lado de él, millonarios que compran ferraris.

Seguro que te preguntas cómo viven entonces estas personas con salarios en bolívares, y yo también. Por lo que he sabido, son el pluriempleo en persona, normalmente tienen alguna otra actividad de economía sumergida y malcomen con unas bolsas llamadas “CLAP” que están subsidiadas y traen harinas, azúcar (básico), café, leche, leguminosas, atún y aceite refinado de maíz. Poco más.

En fin, que te cuento esto para que veas que Venezuela es un lugar de contrastes, con un lado difícil de digerir y otro inmensamente amable, que la hace más llevadero al otro. Y también para recordar que no podemos juzgar una escena como la de la iniciativa de este trío de guardaparques -o cualquier otra- desde la superioridad, sin conocer la historia que hay detrás y sin tener en cuenta el contexto particular y complicado en el que se da.

Luego de salir despedirnos de ellos me asaltó con una gran duda. ¿Qué limpiarán? ¿Pensarán que tienen que despejar la entrada de hojas caídas? ¿Recogerán basura que dejan las personas que vienen de paseo (no vi basura, por cierto)… Me he quedado con esa incógnita. Creo que tendré que pedirle a Caro que intente aclararlo en su próximo paso por ahí… Lo que es ir con prisas…


Y así dejo atrás ya mi crónica caraqueña de hoy para pasar a compartirte tres historias (y más a partir de ellas) sobre biodiversidad. No sé si has podido escuchar los primeros episodios de mi podcast Flores en el asfalto, pero de corazón te recomiendo que no dejes de escuchar el último (disponible en Spotify).

Está dedicado a Rebeca Atencia, la veterinaria y primatóloga que dirige el refugio de chimpancés más grande de África -uno de los proyectos estrella de Jane Goodall- y en él hablamos sobre cómo llegó hasta donde está, de su trabajo, de su relación con los chimpancés y de cómo podemos ayudar a protegerlos, protegiendo su hábitat natural desde casa.

Por darle continuación al podcast de Rebeca Atencia, me apetece traerte un documental centrado en la biodiversidad.

Se llama Biodiversity or Extinction, es una producción de Lourdes Picareta y creo que está muy bien para entender las dimensiones del problema de la pérdida de biodiversidad en el mundo, así como su relación con el modelo socioeconómico en el que vivimos, y con otros problemas ambientales, como el cambio climático, la deforestación, la acidificación de los océanos y más.

El documental también deja muy claro la importancia de la conservación de la biodiversidad para la vida humana, como representantes que somos de una minúscula fracción de los casi dos millones de especies conocidas en el mundo a nuestra fecha.

Finalmente, también es un gran material para dar continuidad al tema de la regeneración del que te escribí en la carta de hace dos semanas, porque para frenar la pérdida de biodiversidad del planeta es indispensable que hagamos grandes esfuerzos por regenerar los ecosistemas. Y sí, terrícola de mi corazón: podemos hacerlo y este documental recoge algunos buenos ejemplos que nos lo prueban.

Casualmente, el documental comienza mostrando un centro brasileño que me recordó el trabajo del santuario de Tchimpounga: se trata de un centro de recuperación y reintroducción de osos hormigueros, casi todos crías, que han quedado huérfanos por incendios, atropellamientos, tala y más. ¡Qué seres tan curiosos y únicos! Tienes que ver cómo los alimentan con biberón con todo el cariño del mundo.

En el documental también visitan la hacienda de Sebastiao Salgado, que es un ejemplo increíble de restauración ecológica: donde antes había una tierra muerta por años de ganadería intensiva, hoy hay una auténtica selva que recupera su antigua biodiversidad gracias al empeño de unas cuantas personas.

Y podría decir que homóloga a la historia de las tierras de la familia Salgado pero en el agua, está la de un proyecto llamado Fragments of hope (fragmentos de esperanza), que nace en Belice y que “replantando corales” y, de esta forma, recuperando la espléndida biodiversidad marina del segundo arrecife de coral más grande del mundo. Que además, es fundamental para un país, cuya población subsiste principalmente gracias al turismo que ronda en torno a sus paisajes marinos y a la pesca tradicional.

Pero bueno, no quiero hacerte mucho más spoiler, solo te adelanto que entre los otros relatos de personas resilientes y rebeldes que están trabajando por proteger la biodiversidad en su pequeño campo de acción, están un biólogo francés que decidió hacerse pastor de cabras y es un experto en insectos, así como un agricultor ecológico alemán que trabaja de la mano de especialistas en ornitología para que sus calendarios de trabajo en el campo se coordinen según las necesidades de las aves que anidan en sus tierras.

Puedes ver el documental completo y con subtítulos en español y en abierto en Arte TV.

Volviendo un poco a mi conversación con Rebeca Atencia… Mientras más sé sobre los chimpancés, más me hechizan. Y esta fascinación, sin dudas, la ha alimentado muchísimo el trabajo de Jane Goodall, que hizo descubrimientos que fueron increíblemente notables.

Por ejemplo, antes de las primeras investigaciones de campo de Jane Goodall, se pensaba que usar herramientas era una conducta exclusivamente humana. Hoy se sabe realmente que además de los chimpancés, también usan herramientas otros animales, como los cuervos, las nutrias e incluso los pulpos. Los chimpancés, por ejemplo, pueden usar ramas para buscar miel en colmenas o para sacar insectos de sus guaridas y alimentarse de ellos. Y esto es fascinante.

Pero lo que te voy a contar ahora es casi increíble para nuestro cerebro antropocéntrico. El año pasado se publicó un estudio (producto de años de observación) en el que se explica que los chimpancés utilizan insectos y plantas para curarse heridas a sí mismos y a otros chimpancés.

Vamos, que los insectos son su botiquín de emergencia, siempre a mano.

Te voy a dejar un vídeo maravilloso en el que una madre chimpancé (Suzee), que retoza relajadamente con sus crías, de pronto descubre una herida en su peque y se pone manos a la obra.

A mí me impactó que lleguen a tener una conducta como esta, pero tal vez me impactó aún más la forma en la que su cría más pequeña y otros chimpancés que estaban cerca se acercan para observar con detalle lo que pasa.

Me recuerdan esa típica escena callejera en la que una persona tiene un accidente y hay una o dos personas asistiéndola y unos cuantos curiosos más cotillleando. Aunque me da que estos observadores están más bien tomando nota del procedimiento, para poder aplicarlo cuando les haga falta, de la mejor forma posible, tal como hacen los médicos residentes en torno a su maestro. Maravilla.

Transmisión cultural en pura regla.

Si te gustan mucho los chimpancés, te cuento que en la página del episodio Salvar chimpancés y aprender de ellos, encontrarás información y unos cuantos enlaces para seguir aprendiendo sobre estos primos cercanos y sobre el trabajo del Instituto Jane Goodall.

Y de los chimpancés, salto a los delfines. Y a los humanos también. Porque en Laguna, una ciudad de la costa sur de Brasil, los delfines mulares y los pescadores locales tienen una relación muy peculiar desde hace más de un siglo. De hecho, al menos desde hace 140 años.

Estos mamíferos marinos son tan inteligentes que ayudan a los pescadores locales a encontrar más peces. Y no creas que lo hacen en un mero acto de obediencia: aquí pescadores y delfines salen ganando por igual.

La cosa va así: los delfines mulares guían a los pescadores a las áreas donde hay más concentraciones de peces, haciendo que su día de pesca sea más fácil y exitoso. De generación en generación, los animales se comunican con los pescadores a través de gestos de aletas y saltos muy concretos, que les indican dónde se encuentran los apreciados salmonetes.

Y entre humanos y delfines, los salmonetes quedan atrapados y se hacen presa fácil para unos y otros.

Es una práctica cultural de perfecta cooperación entre humanos y delfines, y este estudio estima aumenta la capacidad de supervivencia de los delfines en Brasil en un 13%.

Pero no todo es color de rosas para esta dinámica aprendida entre los humanos y los delfines, centenaria y tan armoniosa: La investigación también concluye que hace falta tomar medidas contra la creciente escasez de peces en la costa brasileña, para evitar el fin de esta tradición, una de las pocas aún vigentes de cooperación entre seres humanos y animales. No solo por su importancia cultural -que es mucha- sino sobre todo porque su desaparición sería una amenaza tanto para los delfines como para los pescadores tradicionales, que perderían su forma de subsistencia.


Espero que te hayan gustado estas historias que te he traído hoy

En la próxima carta recibirás el siguiente episodio de Flores en el Asfalto, en el que te contaré cómo la lingüista y traductora Soledad Bellido descubrió un día que sus palabras tenían muchas caras, y podían ser capaces de aplastar a alguien o de cambiar el mundo para mejor, según la forma en las que las usara.

Un episodio interesantísimo para entender la comunicación inclusiva desde una nueva perspectiva y reconocer al lenguaje como una herramienta de transformación social, incluso, en términos de cuidado del medioambiente. De momento, te recuerdo que escuchar los anteriores en Spotify es tan fácil como hacer click en este reproductor:

Nos vemos la semana que viene.

¡Mantén los ojos bien abiertos a las flores que crecen en el asfalto!

Un abrazo,

Yve Ramírez
La Ecocosmopolita

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