Barcelona, 23 de junio de 2025
Terrícola,
Estoy en una casa a pocos metros de la playa y, como siempre que estoy cerca del mar, he nadado cada día.
A primera hora, el agua está tan mansa que parece que puedes echar a andar sobre su superficie.
La línea de boyas está bastante retirada de la orilla. Allá voy. Me gusta tener un objetivo en la infinitud del mar.
Brazada a brazada, escuchando mi respiración —siempre cada tres—, llego a una boya. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.
Las recorro y parece que estoy sola en el mar.
Ahí está la paz.
Y creo que también eso que llaman consciencia plena.
Una corriente de agua caliente coincide con una mancha de posidonia en el fondo.
Peces. Ahora el agua fría me avisa de que la posidonia se acaba por ahora.
De nuevo, fondo de arena.
Aunque está lejos, veo que parece dibujado con el rastrillo de Neptuno.
—No pienses tonterías. Son las olas. Míralo bien: las olas han ido dibujando su rastro. Una tras otra han dejado su trazo, cada vez más cerca, pero sin llegar a tocarse—.
Esta mañana terminé de leer un libro en el que un chico, que apenas comienza a acostumbrarse a la ceguera, se tira al lago de casa de sus abuelos. Al salir, más tarde de lo esperado, explica que en medio de su reciente oscuridad, no sabe dónde está la superficie.
Lo recuerdo mientras nado. ¿Si no pudiera adivinar dónde está el sol por la luz que llega a través de mis párpados, distinguiría dónde está la superficie? Es difícil imaginar que no, pero supongo que Gerbrand Bakker, autor del libro, se habrá documentado para escribir esas líneas.
Entre brazada y brazada, cada vez me siento mejor.
En el mar, siempre me he sentido “como pez en el agua”. Dicen que desde que era una bebé.
La teoría de Blue Mind —y el libro del mismo título de Wallace J. Nichols—nos habla de un estado mental que se activa en contacto con entornos acuáticos.
Según Nichols, el agua —en cualquiera de sus formas— tiene un efecto calmante en nuestro cerebro. Reduce el estrés, fomenta la creatividad y nos conecta con un estado de bienestar y presencia.
En general, todos necesitamos más contacto con la naturaleza para cuidarnos. Y para algunas personas (me incluyo), cuando esa naturaleza incluye agua, el efecto se multiplica.
Estoy plenamente convencida de que tras muchos de nuestros problemas actuales está, entre otras cosas, la desconexión con los ecosistemas y sus ciclos.
Pero hace un par de semanas, en el pequeño encuentro virtual que tuvimos, me di cuenta de que también necesitamos cultivar la ternura.
Déjame darte un poco de contexto.
Como sabes, convoqué al encuentro con muchas preguntas en la cabeza: ¿El consumo conciente es elitista? ¿Una herramienta de transformación? ¿Una estrategia para calmar nuestra conciencia? ¿Una pieza imprescindible para lograr una transformación social? ¿Un engaño que nos lleva al “consumismo verde”?
Sigo haciéndome todas estas preguntas y creo que, en parte, podría responder a todas que sí.
Llevo años —como muchas activistas— repitiendo que, cuando compras, votas por el modelo que respaldas.
Pero hace poco escuché algo que se me quedó grabado:
Para que un voto tenga verdadero valor, debe ser igualitario.
Y el acceso a un “consumo responsable” es muy desigual aún.
Fue una idea que surgió en un encuentro organizado por Coopolis y Opcions sobre el consumo responsable.
Y ciertamente, el discurso del consumo responsable carga de responsabilidad a personas que, simplemente, no pueden permitírselo.
De hecho, lo he vivido en mi propia piel.
Por eso es mucho mejor hablar de consumo conciente o consumo crítico, pero también por eso hay que cuidar la forma en la que abordamos el tema. Tenemos que ser capaces dejar fuera la supremacía moral. Intentar tender puentes más que elevar juicios.
Y algo muy importante:
Luchar porque el consumo conciente sea la norma, también tiene que ser una lucha social.
Porque, ¿cómo hablamos de evitar el plástico, o de usar protectores solares respetuosos con los arrecifes de coral, a alguien que está luchando por llegar a fin de mes o, simplemente, no tiene dónde conseguirlos?
El discurso sobre el consumo responsable no tiene sentido mientras todas las personas no tengan las necesidades básicas cubiertas.
Ahora, ¿quiere decir esto que entonces nos relajamos porque todo el discurso que nos hemos montado sobre el consumo se ha venido abajo?
No. Y aquí es donde me contradigo (¿o quizás no?).
Porque quien tiene recursos y tiene acceso a la información —ambas cosas suelen venir de la mano— tiene una responsabilidad que no debería eludir.
Y porque para lograr un cambio real, hace falta una masa crítica que exija esa transformación. Gente que además sirva de “grupo piloto” y que haga que esos cambios sean parte de su día a día.
Y ya casi cerramos el círculo:
Para que crezca esa masa crítica capaz de resistir al consumismo que nos asedia, también es necesario reconectar con la naturaleza.
Hemos hablado de esto varias veces.
Nadar en el mar. Obervar cómo cambia su fondo. Contemplar las aves que cruzan el cielo. Observar cómo germina una semilla, que da paso a una planta, que un día da una flor, que acaba siendo una fresa.
¿Pero sabes qué más hace falta?
Tejer relaciones, generar solidaridad y, sí, cultivar ternura.
Gestos simbólicos como el de Fabiana, que nos contó en aquel encuentro que desde su pequeña tienda de comercio justo en Reus, planta con niñas y niños de las escuelas locales distintas plantas en los alcorques del barrio.
Algo así, aunque los niños de esta imagen ya crecieron hace rato:
No sé si esto que hace Fabiana cambia el mundo, pero sin duda le aporta, además de un toque de verdor, mucha ternura y amabilidad.
¿Quieres asistir al próximo encuentro virtual de este Club Posta, que organizo junto a Patri y Fer de Vivir sin Plástico el martes 8 de julio a de 19h a 20:30h, y se titulará Hope, Razones para la esperanza?
Entonces dale al botón:
Según el artículo La batalla contra el plástico pierde visibilidad, la preocupación por la contaminación por plásticos ha caído mucho,. Y en parte es porque se ha dejado de hablar del problema y, sobre todo, de sus soluciones.
Yo pensaba que no era así. Sobre todo por el auge de perfiles dedicados al residuo cero en la última década. De pronto parecía que había tanta gente hablando del tema, que yo llegué a sentir que no hacía falta ahí. Pero ¿Y si me equivoco?
Según este estudio, parece que sí vale la pena. Aunque tal vez hay que pensar en nuevas campañas más masivas para volver a poner al plástico sobre la mesa. Algo en la línea de campañas que removieron tanto hace unos años, como Boicot al plástico o Desnuda la fruta...
¿Lo hablamos en nuestro próximo encuentro virtual?
Hablando de remover, pero en forma más literal…
El ámbito de consumo de Rezero —del que formo parte— es responsable de las llamadas “autopsias de residuos”.
En estas acciones abrimos abrir bolsas del contenedor de resto para analizar qué parte de su contenido podría haberse evitado, qué otra podría haberse reciclado y, sobre todo, para sembrar consciencia sobre todo esto.
Hace unos días participé en una autopsia en Sant Fruitós del Bages. Abrimos 20 bolsas y descubrimos que el 80% de su contenido estaba mal separado, y que más de la mitad correspondía a residuos evitables.
Un 17 % del peso correspondía a alimentos desperdiciados, es decir, comida perfectamente comestible que nunca debió acabar en la basura, como una col entera —todavía fresca— y una bolsa clip con sopa suficiente para alimentar a cuatro personas. No solo fue desperdiciado todo esto, sino que además se tiró a un contenedor en el que no podría ser ni siquiera compostado, a pesar de que en el municipio hay recogida selectiva de residuos orgánicos.
También aparecieron decenas de cápsulas de café —que podrían evitarse con las cafeteras de toda la vida—, latas de cerveza y envases de detergentes, cosmética, zumos y refrescos azucarados. Aunque muchos de estos envases son reciclables, la pregunta importantes es ¿eran evitables?
No te voy a mentir. Aunque me reí mucho con mis compañeras, que son dos soletes, no es algo agradable de hacer. Menos cuando justamente te está subiendo la fiebre porque te ha pillado un virus, como me tocó a mí. (Soy una chica con suerte).
Pero vale la pena la experiencia, porque nos permite dar visibilidad a los cambios que hacen falta, y que van desde rediseñar productos y repensar políticas públicas, hasta mejorar hábitos. Porque, por encima de todo, nos sirven para recordar que la prevención siempre debería ser el punto de partida
Razones para la esperanza · Encuentro virtual
Como te mencioné antes, el martes 8 de julio, de 19 a 20:30h, tenemos un nuevo encuentro online con Patri y Fer de Vivir sin plástico y su comunidad.
Partiendo de la serie HOPE!, vamos a charlar sobre el poder de los proyectos inspiradores y replicables: esos que nos regalan esperanza, pero también ideas.
No pasa nada si no has visto ningún episodio: no será un cinefórum, sino un punto de partida para explorar posibilidades de acción y para recordar que ahí fuera hay mucha gente bonita haciendo grandes cosas.
También nos preguntaremos: ¿qué problemas hay en mi zona? ¿A qué colectivo podría unirme? ¿Qué proyecto podría empezar? ¿Podría hacerlo sola o necesito más gente? ¿Tal vez podemos hacer algo juntas?
Será algo informal. Podemos charlar mientras comemos o bebemos algo rico, hacer una lluvia de ideas y, sobre todo, compartir razones para la esperanza.
Recuerda → Martes 8 de julio a las 19h.
¿Te vienes? Apíuntate en este enlace: https://calendar.app.google/9LFWmhfGbEF755aG6 (Y si tienes algún problema, responde a este email y te lo arreglamos).
Out of Topic (o no tanto)
Si también te gusta nadar, tal vez te interese este artículo sobre la historia de la natación: desde hace 10.000 años hasta ahora. Historia de la natación - CC Natación. No es que sea una fuente supercientífica, pero creo que nos vale para hacernos una idea.
El libro de Gerbrand Bakker —en el que nada un chico ciego— es Los perales tienen la flor blanca. Está editado en castellano y en catalán por Rayo Verde / Raig Verd. Yo leí la traducción al catalán, de 2015.
Desde Circoolar Magazine nos entrevistaron a Magui —capitana de Usar y Reusar— y a mí sobre cómo hacer una maleta sostenible. Puedes leer el artículo aquí.
La Tierra late, al ritmo que late su vegetación. Acompasadas como una orquesta. Maravilla.
Esto es todo por hoy, mi terrícola. Nos vemos en la pantalla pero antes de despedirte, cuéntame:
Y si quieres contarme algo más., recuerda que siempre puedes escribirme respondiendo a este email.
¡Hasta pronto!
Yve Ramírez
La Ecocosmopolita
Flores en el asfalto
Consultorías de comunicación